miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cristales de sal

Oscuridad afilada de estrellas espinadas,
sonidos irritantes al friccionar diente a diente,
grietas que arden y consumen con cristales de sal,
fiebre densa que quema cada neurona hasta no dejar nada.
Deseos interminables que sacuden a la insencible alma.
Y aún así... No siente, ¡No siente... Nada!.

Músculos que se estiran como ligas sin elastisidad,
miradas inertes y vacías de toda claridad,
besos secos de recuerdos que ahogan a la memoria del perdido,
pensamientos insanos con cada palabra en la luz del hueco escondido,
hambruna de sueños perseguidos que se transforman en pesadillas,
terror al reflejo del espejo cuya mirada oscura delata y acusa,
dolor del pecho que sacude a la vez de la ausencia...

Horizonte, horizonte rojo de la muñeca con lágrimas
que sufre con cada nervio que roza su llanto,
risos escarlatas que resbalan por su cuello, su cuerpo cálido.
Punzante sonido ahogado en el silencio de un mundo confuso,
de un altar sin velas, sin luz, sin nada que dome sus entrañas
y altere sus ganas, nada que seduzca su mirada.

Caireles carmines tan largos como los brazos del río,
líneas indefinidas que se secan e impregnan su olor a hierro,
costra que mancha no solo al cuerpo sin no también muy adentro.
Sin dolor, sin nada que haga aflorar cristales de sal.
Nada que enfrie la calidez del riachulo al avanzar,
sólo el tiempo que no deja de caminar y la agonía
que se despide con su tierna voz al cantar.



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