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Pasando entre largos caminos, estrechos y amplios,
vanos y significativos, coherentes e indecentes.
Sumergiendose en el agua del alma prohibida
en el seco manantial de una vida perdida,
Caminando sin andar por los senderos que espinan,
que sangran y derraman serenas lágrimas amargas.
Cabizbaja entre los rascacielos de dudas,
meditabunda de las ilusiones insatisfechas
de locura y deseos, de soberbia y silencio.
Sonriente de la falsedad y el anhelo,
de la hipocrecia y el mismo sufrimiento
que ahoga y exprime las entrañas.
Cínica de miles de fallas y dolida por el único afecto,
por ese que incondicional le dijo que no era cierto
lastimando sin piedad desde muy dentro.
Avanzando sin moverse en el tiempo,
negando con silencios esos delirios
de fantasías fabricadas por el desconcierto,
fantasias inconsientes transformadas en sueños.
Soñando, soñando con los juegos del pasado,
del presente, del desorden en el viento
que mezclan los instintos del ánimo
salvaje que seduce al cielo llenandolo
de nubes grises y pesadas... De agua salada.
Nadando en la soledad de ese cuarto oscuro,
negro en ausencia de ventanas e incipida
de sensaciones vanas, falsas e insensible
de aquello que la gente normal llama alma,
quien confundida desaparece tapandose del sol.
Alma, ¿Alma? ¡Alma!... Ya no entiende, no tiene nombre,
enfurecida se ha escondido en la profundidad
al confín del encierro, del destierro donde
el tiempo no avanza y las heridas no sangran,
sumergida en la tranquilidad de la oscuridad.
Duele, parece que duele no gritar y liberar,
liberar la amargura de las venas estropeadas
con furia reprimida, con cólera que en plena agonía
no perdona que el llanto no salga a recibirla,
dándole la bienvenida con golpes de virtudes desconocidas.
Virtudes, falsedades envueltas en buenas intenciones,
intensiones ocasinales para saber que es lo acontece
en la búsqueda de espejos, de amaneceres
que tardan en aparecer como el hedor a muerte,
descanso alterno y opcional para decir:
Yo ya no estoy aquí.
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